Un ser confuso e indescriptible para sus contemporáneos y para la historia acontecida posteriormente, quien como un anacoreta se hundió literalmente en los bosques que cubrían las laderas de la Montaña Fría. Vivió y al parecer murió allí escribiendo en todo lugar posible (peñascos, paredes de acantilados o cortezas de grandes árboles), llevando consigo sólo sus pinceles y tinta, pensamientos, poemas, reflexiones, interrogantes.
Han Shan, el Monte Frío, más que un lugar, un poeta o una leyenda, sería una poética, un estado de ánimo ligado a la quietud, a la búsqueda solitaria, a la contemplación armoniosa, a la conciencia del vacío:
«Durante al menos dos momentos de los siglos de esplendor Tang, además de la poesía en estricto sentido budista de los monjes-poetas, había al menos una escuela poética de inspiración budista que se movía en la tradición secular y que alcanzó un mérito literario relativo. Los poetas de esa escuela, monjes también, ofrecían la visión de la “montaña helada” (Han Shan) como un estado de ánimo y una búsqueda del Tao».
Octavio Paz.
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